jueves, 2 de mayo de 2013

Capítulo 11



Permanecimos varios segundos mirándonos, en silencio y sin movernos, hasta que se acercó un poco y pude ver que llevaba dos mochilas colgadas al hombro: la suya y la mía. En ese momento dos deseos contradictorios peleaban en mi interior: por una parte, quería salir corriendo y no aparecer nunca más delante de Adrián; pero por otra, la que parecía cobrar fuerza, quería lanzarme en sus brazos y darle las gracias por estar ahí.
Me quedé quieta, pensando que, si hacía alguna de las dos cosas, me arrepentiría.
-Estabas aquí – dijo poco después de que la pausa se alargara demasiado. Miró a su alrededor, como si ese lugar le causara cierta nostalgia.
Su tono de voz no mostraba sentimiento alguno, cosa que me irritó.  Mis mejillas enrojecieron y sentí ganas de morir. No tendría que haberme descontrolado de esa forma. ¿Desde cuándo era así? Adrián me alteraba demasiado.
-¿Qué haces aquí? – le pregunté en un susurro. Estaba totalmente confundida.
-He estado buscándote todo el día. Y ya te he encontrado – dijo como si fuera una conversación normal y corriente, casi con indiferencia. Miraba a infinito como si estuviera manteniendo una charla desenfadada.
-No recuerdo haberte pedido que me buscaras – le espeté.
Se giró para mirarme. Entrecerró un poco los ojos, como si intentara descifrar qué estaba pasando por mi cabeza. En esos momentos no lo sabía ni yo.
-No hace falta que nadie me diga nada. Me apetecía, y he venido – repuso con tranquilidad.
-Pues ya te puedes estar yendo – dije de la forma más cortante posible.
Me arrepentí al momento de decirlas, pero ya no podía hacer nada. La tranquilidad había hecho que la rabia volviera a aparecer, y estaba pagándola con él.
En buena parte se lo merecía, pero no podía ser así con él. Y no debía. Se había dedicado a confundirme, pero nunca me había tratado mal. Lo único que me apetecía era retroceder al pasado e inventar alguna excusa para no haber ido a la fiesta.
-¿Crees de verdad que puedes salir de aquí tú sola? – preguntó con incredulidad -. Ya has demostrado que tienes una orientación terrible. Te has metido en uno de los sitios más remotos del bosque, y te aseguro que es bastante difícil salir de aquí.
-¿Y has venido aquí para rescatarme como un príncipe azul? – pregunté mientras ponía los ojos en blanco -. Olvídame. No tengo ganas de hablar con nadie.
Ni de decir más cosas de las que me pueda arrepentir, pensé.
Dicho esto, me levanté y me apoyé de lado en un árbol cercano, a espaldas de él. Quería irme de allí, pero no me atrevía. Adrián tenía razón: mi orientación era terrible, y lo más seguro era que acabara más perdida todavía.
Enfurruñada, suspiré y me crucé de brazos. Mi ansiedad iba aumentando por momentos y temía volver a hacer alguna estupidez más. Intenté pensar en algo que hiciera que la tensión se aliviara, que pudiéramos hablar sin tantas barreras de por medio. Era la primera vez que pensaba en tragarme mi orgullo, pero no podía hacer nada. Él había sido el que había querido que no fuéramos amigos.
Mis pensamientos se vieron interrumpidos por unos brazos que me rodearon la cintura y me elevaron varios centímetros del suelo. Grité de puro terror hasta que me di cuenta de que era Adrián quién me llevaba hacia el interior del claro.
-¿Se puede saber qué haces?  - grité, consternada.
-Me aseguro de que no te vayas. Bastante me ha costado encontrarte como para perderte otra vez – dijo mientras me bajaba al suelo.
Empezó a quitarme, con delicadeza, hojas que se habían quedado enganchadas en mi pelo. Enrojecí de vergüenza. Tendría que tener una pinta horrible. Después, recorrió mi mejilla con su dedo pulgar y lo miró: estaba un poco manchado de sangre, por lo que me dejó claro que lo que parecía ser una pequeña molestia era un buen arañazo. Reparó también en el collar, aunque en ese momento lo tenía escondido debajo del polo. No me lo había quitado desde el sábado, y no quería quitármelo.
Después, me sonrió con la dulzura que le caracterizaba.
-¿Por qué has venido a por mí? Tú… tú no quieres que… - no era capaz de decirlo.
-¿No quiero que seamos amigos?  En ningún momento dije que no quisiera. Pero es lo mejor, al menos durante un tiempo.
-¿Y si dentro de un tiempo ya no quiero ser tu amiga? – le pregunté con toda la inocencia del mundo, aunque él sabía tan bien como yo que no iba a ser así.
-Sandra… llevo buscándote desde que te vi salir del instituto. He recorrido todo el pueblo, toda la costa y medio bosque para poder encontrarte. Estaba empezando a creer que te había pasado algo – dijo con preocupación -. Iba a enloquecer. Hasta que se me ocurrió venir aquí y, por suerte, te encontré. Me siento tan feliz que no puedo estar enfadado contigo. Me importas mucho más de lo que crees, cielo. No lo olvides.
Me quedé unos minutos conmocionada, sin saber qué hacer. Adrián me abrazó, y en ese momento me di cuenta de que estaba llorando.
-Estoy tan confundida –sollocé.
-Siento que tenga que ser así –parecía afectado de verdad-. ¿Quieres que te cuente una leyenda?
-¿Una leyenda? – pregunté, confundida. No esperaba que fuera a decirme eso. Sería algo para distraerme -. Sí.
-Dicen que hace algunos años, en Baste se libró una importante batalla: la lucha del bien contra el mal. Los que estaban en el bando del bien buscaban la paz y la calma entre los habitantes del pueblo. En cambio, los que estaban con el mal buscaban que todo fuera un caos, la muerte y la destrucción. El bando del mal se iba haciendo cada vez más grande y poderoso, mientras que el del bien permanecía igual. Tanto fue así, que los que estaban con el bien tuvieron que hacer zonas ‘’especiales’’. Zonas en las que cualquiera que estuviera con el mal y entrara se quemara y empezara a disolverse, como si el lugar tuviera ácido. En cambio, para los del bien era un lugar tranquilo, se sentían en paz aquí, y lo más importante: era seguro.
>>Eso le dio al bando del bien una importante ventaja en la batalla, aunque no duró mucho. Era inevitable que se produjera la lucha y, cuando se produjo, fue totalmente devastadora. Hubo muertos de ambos bandos, pero finalmente ganó el bien. Se comprometieron en mejorar el pueblo y, como recordatorio, dejaron las zonas especiales intactas. Desde entonces, el pueblo en general ha sido un sitio de protección y paz.
-Es interesante… aunque no es más que una leyenda, ¿no? ¿A qué viene esto? – murmuré confundida.
-¿Y si no fuera una leyenda? ¿Y si… ahora mismo nos encontramos en una de esas zonas especiales?
Un escalofrío me recorrió la espalda. La sensación que había tenido al entrar aquí era muy parecida a la que Adrián había dicho en la leyenda
-¿Quiénes eran los del bando del mal? –quise saber. Estaba casi segura de que no eran personas. Adrián no había empleado ese término en ningún momento.
-Eso no te lo puedo decir. Aunque sí te diré que el mal ha vuelto a Baste, y que en estos momentos nadie está a salvo. Será mejor que nos vayamos ya. Mañana tenemos clase.
Asentí, pero mi mente estaba en otra parte. Si el bien no quería darme respuestas, tendría que recurrir al mal. Aunque me costara la vida.