domingo, 24 de marzo de 2013

Capítulo 8.



Jaime me cogió fuertemente del brazo, clavándome los dedos hasta hacerme daño, y empezó a avanzar hacia la playa. Bajó la tarima de un salto y siguió arrastrándome.
-¡Oye, espera! – me quejé mientras me quitaba los zapatos y los cogía con la mano.
Podía matarme si me dedicaba a andar por la playa con tacones. Jaime siguió avanzando hasta que nos quedamos algo alejados de la gente. Ahí hacía muchísimo más frío. Sin el calor humano, el viento que azotaba las olas era totalmente horrible.
-¿De qué quieres hablarme? No entiendo por qué no ha podido ser allí, con los demás– pregunté. Estaba cabreada. Jaime no solía ser así.
-Te creía más inteligente, preciosa.
-¿Qué? ¿Por qué dices eso?
Empezó a reír como si fuera un loco. Cogió el  collar con tanta fuerza que temí que se rompiera y lo alzó hasta que estuvo a la altura de mis ojos. Juraría que se había vuelto completamente negro como si de carbón se tratase.
-¿Sabes? Me gustas mucho.
Lo miré fijamente. Tenía la cara algo desencajada y sus ojos eran de un tono de verde que me daba escalofríos. No parecía él, cosa que me asustaba mucho. No era una simple borrachera, eso estaba claro.
-Pero qué dices…
-La verdad. Te deseo desde hace mucho tiempo, preciosa.
-Pero…
-Has caído. Ahora ya no puedes hacer nada – su tono de voz era horriblemente familiar. Estaba completamente segura de que no era Jaime, aunque tuviera su aspecto.
Sus manos comenzaron a desabrochar la cinta de la espalda del vestido.
-No me gustas – le grité dándole un empujón con todas mis fuerzas. No se movió un solo centímetro. Intenté salir de la prisión que habían creado sus brazos, pero me tenía cogida.
-¿Acaso crees que me importa tu opinión? – preguntó retóricamente.
Comenzó  a reír como un loco y acercó su cara a mi cuello, empezando a besarlo.
-¡Socorro! ¡Ayuda! – grité con la esperanza de que alguien pudiera oírme -. ¡Adrián, ayúdame!
Se separó un instante para pegarme una bofetada que consiguió callarme a la perfección. Empezó a subir sus labios por mi cuello y a bajar sus manos cada vez más. Intenté pegarle todo tipo de patadas y puñetazos, pero no parecían afectarle.
Me cogió de la cintura y se abalanzó sobre mí. Íbamos a caer los dos al suelo, él encima de mí…
Pero solo caí yo. Se oyó el ruido de un golpe y, cuando miré, Adrián estaba encima de Jaime, con este gritando. Las manos de Adrián se pusieron alrededor de su cuello. Por un momento pensé que llegaría a estrangularle, pero no parecía hacer fuerza. Es como si estuviera… concentrado.
Contuve un grito, aunque en el fondo me pregunté si hubiera sido capaz de gritar. Adrián estaba aquí. De alguna forma había conseguido venir a salvarme.
Una leve luz blanca empezó a salir de las manos de Adrián, como si fuera lo más normal del mundo. Observé sorprendida cómo Jaime se revolvía.
Aunque se estuviera convulsionando, no paró un solo momento de gritar insultos hacia Adrián. Éste parecía pasar de él, aunque vi cómo fruncía el ceño un par de veces. La única palabra que pude distinguir era ‘’caído’’.
Adrián no paró hasta que empezó a salir un gas de color negro de la boca de Jaime, que se distinguía sólo por la luz que hacía Adrián.
Se volvió todo oscuro y Jaime dejó de moverse. Adrián cogió a Jaime por los hombros y lo arrastró hasta dejarlo cerca de la fiesta. Se camuflaba perfectamente con la arena de la playa. Después, se acercó a mí. Estaba enfadado, y mucho. Pero también había algo más.
Era la primera vez que sus ojos azules me parecían tan gélidos.
Se agachó junto a mí, llenándose los pantalones de arena, y me observó con detenimiento. Después cogió mis zapatos de la arena y me tendió una mano, ayudándome a levantarme.  No sabía cómo podía mantenerme en pie, pero, de alguna forma u otra, lo  hice.
-Nos vamos – dijo Adrián mientras tiraba de mí hacia el lado contrario a la fiesta.
Supuse que quería irse de la fiesta sin que nadie reparara en nosotros. La verdad, prefería que fuera así. Mis pies parecían enredarse en la arena, entorpeciendo mi paso y la velocidad que pretendía alcanzar él.
Adrián apretaba mi mano con fuerza cada vez que me tropezaba, cosa que pasaba constantemente. Además, no dejaba de mascullar algo que ignoré en un principio, pero poco a poco empecé a escuchar.
-Tendrías que vigilar bien con quién andas, ¿sabes? – dijo una de las veces poniendo los ojos en blanco.
No pude contestarle. Me sentía fatal conmigo misma, y las ganas de llorar se iban haciendo mayores por cada palabra que decía Adrián. Pensé muchas veces en contestar a algunas de las cosas que me decía, aunque me ganara que se cabreara aún más. Pero, en el fondo, no me atrevía. Porque me había ayudado. Porque me merecía que estuviera cabreado conmigo.
Y así podría haber estado toda la noche de no haber sido por una cosa que dijo y que me llamó la atención.
No sabía la distancia que habíamos recorrido, aunque supuse que ya faltaba menos para llegar a donde él quisiera que llegáramos. Seguía prestando atención a todo lo que decía, por supuesto.
-¿Por qué no te fijaste en el collar? – me preguntó cabreado -. Si lo tienes, es por algo.
-¿El collar? – pregunté yo, extrañada. Recordé al instante que Jaime lo había cogido y se había vuelto negro -. Cuando Jaime lo cogió se volvió negro. ¿Por qué?
-Por supuesto – dijo con exasperación -. Pero no culpes a Jaime, él no tiene nada que ver. Bueno, en parte sí. Pero no es culpa suya que…
-¿Qué no es culpa suya, Adrián? – volvió a mirar al frente -. No me ignores.
-No voy a decirte nada.
-¿Por qué no? ¿No crees que merezco una explicación? – pregunté cabreada. Ya no pensaba quedarme callada -. Desde que he llegado, no han parado de pasarme cosas extrañas. Todavía sigo pensando que te conozco de antes, y sé que tú tienes la respuesta. Además, por su fuera poco, hay un tío muy raro que se dedica a asustarme. Y también creo recordarlo a él, aunque claro, a él sí que no puedo recriminarle nada. Y hoy, en una fiesta llena de adolescentes que no paraban de hacer el idiota, un chico que consideraba inofensivo ha intentado violarme, y ahora dices que no era él. ¡Estoy harta de que me ocultes cosas!
-Es lo mejor para ti – responde Adrián de forma calmada. Parece que mi cabreo lo ha calmado a él -. No pienso decirte nada, principalmente por tu propia seguridad. Pero sigue pensando que soy un egoísta que lo único que quiere es guardar información para sí mismo.  
Su respuesta me sentó como un jarro de agua fría.
-Por favor, Adrián – supliqué -. No hagas que tenga que pedirle explicaciones a Isaac.
-Escúchame bien – dijo cogiéndome por los hombros -. Ni se te ocurra pedirle nada a Isaac. Porque entonces será cuando no pueda darte ninguna información.
-¿Ah, sí? ¿Y por qué dices eso? – espeté.
-Porque tal vez no sigas viva después de estar con él.
La expresión de mi cara pasó por incredulidad y después sorpresa para terminar con miedo. Adrián me pasó una mano por el brazo.
-Estás helada – dijo en voz baja.
Tenía razón. El frío había conseguido entrar dentro de mí. Seguramente pillaría un resfriado. Adrián se quitó la chaqueta y me la puso encima de los hombros. El calor me dejó atontada, por lo que Adrián aprovechó para volver a cogerme de la mano y subir unas escaleras en las que no había reparado antes. Las escaleras llevaban al pueblo.
Adrián dejó mis zapatos en el suelo y me apresuré en calzármelos. Intenté avanzar por el pueblo yo sola, pero no paraba de tambalearme y tropezarme.
-Te vas a matar como sigas así – dijo mientras me ayudaba a mantener el equilibrio.
-Bueno, así le ahorro el trabajo a Isaac – dije con ironía.
-Sandra, te lo advierto: no vayas a verle.
-Pues dame tú las respuestas que quiero.
-No.
-Genial.
Me pregunté qué pensaba Adrián de mí. Seguramente sería una carga para él, como una niña pequeña que no lo dejaba en paz. Y encima tenía que salvarme de un loco que había intentado hacerme daño. Me pregunté por qué lo había hecho, y por qué se seguía preocupando por mí.
Un nudo se apoderó de mi garganta, por lo que continuamos nuestro camino en un silencio sepulcral. Quería decirle más cosas a Adrián, pero sencillamente no podía.
Cuando se detuvo, me sorprendió ver que estábamos frente a mi casa. Estaba totalmente reventada, tanto física como psicológicamente.
-Bueno, me voy... – empezó a decir Adrián. Se iba a ir. Y me iba a dejar totalmente destrozada.
-Adrián… gracias por salvarme otra vez – dije con voz débil. Una parte de mí se preguntó cuál había sido la primera vez, pero le hice caso omiso. Intenté contener las lágrimas como pude.
-Sandra, es mejor que no seamos amigos. Mi presencia no es buena para ti–dijo con voz entrecortada.
-¿Por mi seguridad? – pregunté irónicamente.
La mirada triste de Adrián me confirmó que así era, aunque no quise creerlo. Lo había espantado definitivamente. Como me acababa pasando siempre. Mi corazón pareció encogerse para después latir con tanta fuerza que dolía.
Algunas lágrimas salieron totalmente descontroladas de mis ojos. Adrián me abrazó con fuerza y me aferré a él como pude. No quería que se fuera. No quería tener que tratarlo como un desconocido. En el fondo, lo necesitaba. Con él había conseguido sentirme mejor que con nadie, aunque hubieran sido sólo unos minutos.
Aspiré su aroma y, por un momento, dejé de pensar y me concentré en sus brazos rodeando mi cuerpo, en lo bien que me sentía a su lado y lo idiota que había sido, otra vez, tratándole así. En el fondo no servía para tener amigos.
Adrián se separó de mí y observé su rostro. Parecía cansado y triste.
-Sandra, lo siento. Pero es mejor así.
Negué con la cabeza, pero él ya no estaba allí. Me pregunté qué pasaría el lunes, si sería capaz de enfrentarme a sus ojos azules. Estaba segura de que no sería capaz.
Derrumbada, entré en casa.

viernes, 1 de marzo de 2013

Capítulo 7.



El sábado había llegado demasiado rápido.
Había perdido toda la ilusión de ir a la fiesta y, además, no paraba de tener escalofríos desde poco después de comprarnos los vestidos. Prefería quedarme en casa antes que ir allí, pero ya no me quedaba más remedio.

Después de estar todo el día sin hacer nada fui a la casa de Esther. Habíamos acordado arreglarnos juntas e ir a la fiesta justo después. Intentaba contagiarme un poco con la ilusión que tenían, pero me resultaba imposible.
Esa tarde hacía más calor de lo normal, cosa que me alegraba. Al menos no pasaría tanto frío por la noche, aunque en esos momentos estaba asfixiada de tanto subir cuestas. Aquel pueblo no se caracterizaba precisamente por ser llano.
Cuando llegué a casa de Esther (no sin antes perderme un par de veces) me pesaba hasta la bolsa donde llevaba lo que me iba a poner. Me recibió con dos moños a cada lado de la cabeza y un mechón suelto por detrás.
-¡Sí que has tardado! – me dijo nada más abrir – He empezado a arreglarme el pelo.
-Me he perdido un par de veces – reconocí.  Estaba demasiado cansada como para pensar una excusa. Esther me miró como si no tuviera remedio y se rio.
-Anda, sube. Paula ha llegado hace poco también.
Llegamos a su cuarto, que estaba pintado de color rosa chicle. Paula estaba en la cama mirando peinados en lo que parecía ser una revista de moda. Cuando me vio aparecer se levantó de un salto y me dio un abrazo.
-¿Cuál te parece mejor? – me preguntó enseñándome dos recogidos bastante difíciles. Me pregunté cómo pensaba hacerse alguno de ellos.
-El de la izquierda creo que te quedaría mejor – respondí.
-Justo lo que yo estaba pensando.
Mientras Paula le planchaba el pelo a Esther me dediqué a mirar la revista, pero no encontré nada que me llamara la atención. Eran demasiado difíciles y no me gustaban mucho los peinados aparatosos.
-¿Qué te vas a hacer? – me preguntó Paula -. Puedo hacerte lo que quieras. Me gusta mucho la peluquería y llevo años practicando.
-No lo sé – respondí -. Algo sencillo, tal vez un moño bajo o dejármelo suelto.
-Vale, siéntate aquí – dijo señalando la silla en la que se sentaba antes Esther.
En un momento me hizo un moño a la altura de la nuca que, aunque no quisiera reconocerlo porque no me entusiasmaban mucho, me quedaba bastante bien. Le puso un poco de laca y no pude evitar toser.
Paula se hizo el recogido con asombrosa exactitud y empezamos a vestirnos. Además del vestido, llevaba unos tacones que consideraba demasiado altos de color negro, unas medias transparentes y el collar.
No sabía por qué, pero quería ponérmelo con el vestido. Todavía no me lo había puesto, y pensé que sería una buena ocasión para estrenarlo. Además, era muy bonito.
Paula empezó a maquillarme. Le dije que no quería mucho, ya que no solía usar, por lo que apenas me maquilló los ojos y me puso un pintalabios de color rojo sangre.
Me miré en el espejo. Estaba claro que no destacaba mucho como solía ir normalmente, con mi pelo castaño suelto y sin maquillar, pero ahora me sentía bien conmigo misma. Me obligué a sonreír.
-¡Estás preciosa! – me dijo Esther dándome sonoras palmadas en el brazo -. Pero no feliz. ¿Qué te pasa?
‘’Que estoy aterrorizada’’, quise contestarle.
-No me pasa nada. Será que estoy un poco cansada.
Seguro que sabían que era mentira, pero no podía contarles esto.
Cuando volvimos a Baste después de comprarnos los vestidos, íbamos dando grititos como niñas pequeñas. Ahí sí estaba entusiasmada con ir a la fiesta. Me preguntaba qué pensaría Adrián de ese vestido, y también si podría preguntarle algo en la fiesta. Quería que llegara el sábado desesperadamente.
Pasamos por una calle oscura y un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Ese sitio me daba mala espina aunque no se viera prácticamente nada. Y tuve razón.
Una mano se posó en mi cara y, con gran delicadeza, la acarició. Entonces no pude evitar oír el susurro en mi oído de aquella persona que había sido la protagonista de mis pesadillas.
-No creas que estás a salvo. Te estoy vigilando, preciosa.
Grité hasta casi quedarme sin voz, pero ya se había ido. Paula y Esther se preocuparon mucho por mí, así que rápidamente puse la excusa de que había sentido que me tocaban una mano. Me dijeron que estaba loca y les di la razón.

El trayecto hasta la casa de Leo fue peligroso. Demasiado. No sabía qué era peor, si bajar una cuesta o subirla con esos tacones. Acostumbrada a mis botas planas y mis zapatillas de deporte, estos zapatos me resultaban mortales. Mientras yo me jugaba la vida en cada zona del pueblo, Paula y Esther parecían más que acostumbradas y parecían divertidas ante mis acrobacias para no caerme.
La casa de Leo se encontraba justo al lado de la playa, por no decir prácticamente encima. Era una casa enorme de dos plantas y un patio con tarima que llegaba hasta la arena. Cuando abrió la puerta parecía algo atareado.
-Ahora entiendo por qué habéis tardado tanto. Estáis preciosas – dijo mientras guiñaba un ojo.
Nos hizo entrar rápidamente hasta llegar a la cocina, donde un arsenal de bebidas y hielos esperaban ser servidos.
-¿Qué queréis? – preguntó -. Hay de todo.
-Lo más fuerte que haya – respondió Paula.
-Por supuesto – dijo Leo.  Parecía más que acostumbrado a esa frase -. ¿Y vosotras?
-No sé… ¿Qué vas a tomar tú, Esther? – mi experiencia en bebidas era bastante nula. No me gustaba beber y, además, en Madrid estaba demasiado controlada como para hacerlo.
-Ron con Coca-Cola.
-Otro – dije yo.
-Ahora mismo.
Parecía más que acostumbrado a hacer de barman en este tipo de fiestas, por lo que en apenas un par de minutos ya teníamos las tres bebidas. Un sorbo me bastó para ver que lo había cargado demasiado. Aun así me las arreglé para darle dos sorbos más y decirle que estaba bueno.
Fuimos al patio. Perdimos de vista a Paula en cuanto entramos a la tarima, donde mucha gente bailaba sin parar. Definitivamente quería salir de allí cuanto antes. Incluso habían contratado un DJ para que se encargara de la música, o más bien la estropeara.
-¿Qué hago, Sandra? – me preguntó Esther. Estaba mirando a Leo, que hablaba en esos momentos con dos chicos que me sonaban del instituto.
-Ve a por él. Invítale a bailar o algo. Tú puedes.
-Eso haré.
De un sorbo se bebió todo el contenido de su vaso y lo dejó en una mesa. Después fue hacia los chicos. Me sorprendía lo peculiar que podían llegar a ser las dos chicas, cada una por algo distinto.
Di una vuelta a mí alrededor. Con Esther bailando con Leo y Paula perdida donde sólo ella sabía, me encontraba totalmente sola. Me sentí incómoda. Estuve mirando algún sitio en el que quedarme para resultar desapercibida, pero no encontré ninguno, por lo que me quedé allí dándole sorbitos al ron con Coca-Cola.
En apenas cinco minutos me harté de estar allí. Incluso me estaba entrando algo de sueño. Si me iba a casa sin que nadie se diera cuenta, tal vez podría inventarme cualquier excusa al día siguiente.
Animada por la idea empecé a cruzar la muchedumbre que estaba bailando. Más de un chico intentó agarrarme de un brazo para bailar, pero conseguí quitarlos a tirones. Cuando uno de ellos me tocó suavemente el hombro me giré para pegarle una torta, aunque paré en seco al ver de quién se trataba.
Adrián estaba en la fiesta.
Grité. Fue un acto algo idiota, pero no me lo esperaba. Acto seguido empecé a reír como una tonta. Adrián me miraba asombrado. Llevaba una camisa blanca junto con una chaqueta y unos pantalones negros que le hacían bastante elegante.
-Tengo que dejar de asustarte – dijo sonriendo -. No quiero que me asesines.
-Creía que no eras tú.
-Una suerte que te dieras cuenta a tiempo. Te sienta muy bien ese vestido.
-Gracias – susurré. Me estaba poniendo roja.
Casi no había espacio, por lo que estábamos muy cerca. La expresión de Adrián cambió completamente y cogió el collar, que brillaba con mucha intensidad. Parecía… asombrado. Acarició la punta de las alas y sonrió con amargura.
Soltó el collar y volvió a mirarme a los ojos. No sabía con exactitud cuánto tiempo habíamos pasado así. Era como si ya no tuviera ningún sentido saber nada más, sólo el hecho de estar con Adrián. No podía describir cómo me sentía, aunque estaba completamente segura de que era feliz. No quería separarme de él.
Aunque no quería reconocerlo, nunca me había sentido así con nadie. Adrián hacía que me sintiera segura, que quisiera abrazarle y permanecer así para siempre. Deseé que me besara, que todo el mundo se fuera y que él y yo continuáramos así sin nadie que pudiera saber más de la cuenta.
Adrián me cogió una mano y puso otra en mi cintura. Automáticamente puse mi mano libre en su hombro. Me acarició la mano y no pude evitar tener un escalofrío, aunque resultaba agradable. Estábamos más cerca.
-¿Sabes bailar? – me preguntó.
-No, ¿y tú?
-Tampoco.
Empezamos a dar vueltas en círculo lentamente, sin seguir el ritmo de la atronadora música que se escuchaba. Aunque llevaba tacones, Adrián me sacaba todavía unos centímetros. Me armé de valor y no retiré la mirada ni un momento. Sus ojos azules me tenían hipnotizada.
-Al final has venido – dije cuando no pude continuar con el silencio que se extendía ante nosotros. Necesitaba oír su voz.
-Quería verte – dijo en voz baja, de forma que sólo yo pude oírlo.
Sonreí. Admití que Adrián me atraía bastante, pero nunca me había imaginado que él pudiera sentir lo más mínimo por mí. Aunque era una idea loca y seguramente no tendría razón, me sentí bien.
Y entonces supe, aunque no quisiera reconocerlo, que estaba enamorada de él. Que me enfadaba su indiferencia porque no soportaba que no me hiciera caso, y que ahora no podía sentirme más feliz.
-Pues es una suerte que hayas decidido venir, porque yo también quería verte – susurré.
Adrián sonrió con esa sonrisa dulce que me encantaba y yo no pude evitar sonreír.
-¡Adrián! ¡Has venido! –dijo una chica a su espalda con una voz asquerosamente falsa. Ashley volvía a la acción.
-Por qué a mí… – masculló Adrián.
-Ve con ella – musité -. No importa.
Adrián me soltó y no pude evitar desanimarme un poco. Mientras intentaba deshacerse de Ashley permanecí en mi sitio mirando al suelo. No quería mirarles.
De repente, alguien me pegó un tirón en el brazo y estuve a punto de caerme.
-¿Qué coño…? – comencé.
-¡Sandra, estás aquí!
-Sabías de sobra que iba a venir, Jaime – refunfuñé -. ¿Por qué me has hecho esto?
-Perdona, perdona – dijo -. Es que verás… quiero hablar contigo. Pero no aquí, ¿vale? ¿Puedo?
Miré cómo Ashley se pegaba a Adrián y puse los ojos en blanco.
-Claro, por qué no.