Sus ojos
verdes hicieron que tuviera un escalofrío. Mi mente recordó el momento en el
que había estado con Jaime y la frase que usó Adrián poco después. Pero no culpes a Jaime, él no tiene nada que
ver.
Me había
pasado toda la semana prácticamente huyendo cada vez que le veía, pero ahora
sabía que fue inútil. Mis sospechas se confirmaron. Se trataba de Isaac.
Quería salir
corriendo de allí pero estaba paralizada. Apenas podía respirar. Isaac se
encargó de romper el silencio.
-¡Hola,
preciosa! Ya estaba pensando que no vendrías –saludó sonriendo irónicamente.
-¿Cómo
sabías que…? –empecé a preguntar, aunque me paré en seco cuando me vi
sorprendida por su abrazo.
Isaac olía
de maravilla, aunque me era imposible identificar a qué. No era a ningún tipo
de perfume, eso estaba claro. Al igual que Adrián, parecía tener un olor propio
que resultaba cautivador. A pesar de eso, quería que me soltara, y de
inmediato. Pero no lo hizo. Me apretó aún más hacia él, haciéndome daño. Me
agarraba de una forma demasiado parecida a la de la playa, cosa que me
aterraba.
Justo cuando
iba a gritar exigiéndole que me soltara, lo hizo y me revolvió el pelo sin
mucha delicadeza. Me lo arreglé como pude y le miré con cara de pocos amigos.
Mis ojos se habían acostumbrado a la mala iluminación del local, y pude ver la
expresión divertida de Isaac. Se lo estaba pasando en grande, eso seguro.
Como si
adivinara mis pensamientos, Isaac volvió a sonreír.
-Sentémonos,
¿te parece?
Asentí con
la cabeza y nos sentamos cada uno en un asiento de piel. El camarero no se
acercó a preguntarnos nada cosa que me extrañó y me alivió a la vez.
Isaac se
echó hacia atrás el flequillo, que le había crecido un poco desde la última vez
que nos vimos.
-Bueno,
preciosa, ¿qué es de tu vida?
-Deberías
saberlo –contesté de forma cortante-. Mi vida ha sido un caos total desde que
apareciste.
-Vamos, no
exageres –dijo con tranquilidad-. Sabes que conmigo tu vida es mucho más
entretenida.
-Ya, seguro
–no me molesté en poner los ojos en blanco-. ¿Y qué es de tu vida? Llevo varios
días sin saber nada de ti.
Intenté
sonar convincente, pensando que sería mejor si me daba respuestas sin saber mis
verdaderas intenciones. No me fiaba de él.
-Con que me
echabas de menos, ¿eh? –soltó una risotada- Vaya, preciosa, no sabía que me
apreciaras tanto.
Quise abofetearle
otra vez. Pero me contuve.
-¿Por qué te
interesa tanto mi vida? ¿No será que quieres… otra cosa? –continuó.
Genial,
había fallado.
-¿No puede
preocuparse una amiga por la vida de su amigo? –pregunté inocentemente.
-Eso no te
lo crees ni tú, preciosa –dijo sonriendo-. Pero ya que lo preguntas, te contaré
que he estado dos semanas ahí abajo, tratando asuntos de la nobleza y esas
tonterías. Y también torturando un poco, para qué engañarnos.
-¿Ahí abajo?
–pregunté temerosa.
-Ya sabes.
El averno, infierno o como quieras llamarlo.
-Ya. Muy
gracioso.
-¿No me
crees? –preguntó volviendo a sonreír. Odiaba esa sonrisa-. Entonces pregunta lo
que quieras, preciosa. Sé que has venido porque tu amiguito no ha querido
decirte nada sobre nosotros.
Apoyó los
codos en la mesa y puso una mano en su mentón. Parecía querer darse un aire
interesante. Cada vez me arrepentía más de haber ido.
-No me
llames preciosa.
-Ya hemos
tenido esta conversación antes, preciosa. Y ya conoces la respuesta.
Respiré
hondo.
-Está bien.
Quiero que me expliques todo: por qué tengo la sensación de conoceros a ti y a
Adrián, por qué él no quiere decirme nada, qué se supone que sois y por qué os
odiáis. Ah, y también quiero que me digas si fuiste el de la playa.
Lo dije todo
rápidamente, sin respirar y casi sin pensar. Me arrepentí al momento de haber
dicho la última frase, pero Isaac volvió a sonreír.
-¿Algo más?
Pensé unos
instantes.
-Este
collar… -dije mientras me lo sacaba de debajo de la camiseta de Avenged
Sevenfold- ¿tiene algún significado?
Abrí los
ojos como platos cuando vi que el collar volvía a estar negro. Isaac soltó una
carcajada.
-Veamos… de
todas las preguntas que has hecho, contestaré a una totalmente gratis.
-¿A cuál?
–pregunté esperanzada.
-Sé
perfectamente la razón por la que ese caído
no quiere decirte nada –dijo, usando un todo despectivo en la palabra caído.
Espero unos segundos para ver mi cara de expectación-. Porque es un idiota
rematado.
Volvió a
reír. Intenté ocultar mi decepción como pude.
-¿Por qué le
has dicho caído? –dije, enfadada. No sabía qué significado tenía, pero me
fastidiaba.
-Hay que
llamar a las cosas por su nombre –respondió encogiéndose de hombros.
-¿Y qué
significa?
-Eso entra
en el apartado de preguntas no gratuitas –dijo volviendo a sonreír.
Quise
abofetearle otra vez.
-¿Quieres
algo a cambio?
-Nunca
trabajo gratis, preciosa.
-¿Y qué
quieres? –pregunté, temerosa.
-Vamos,
preciosa. Sabes perfectamente lo que quiero. Te lo ofrecí hace un tiempo, pero
me llevé una bofetada como respuesta. ¿Qué me dices ahora?
Mis mejillas
se tiñeron de rojo.
-Eres un
cerdo –mascullé apartando la vista de él.
-¿Por
pedirte un rato de placer? No sabía que fueras tan mojigata, preciosa.
Podríamos pasarlo tan bien.
-Pero…
¡estás pidiendo que me acueste contigo!
-Exactamente
–dijo sonriendo de oreja a oreja.
Lo fulminé
con la mirada.
-¿Es esa la
única opción?
-Me temo que
es mi mejor oferta. A no ser que prefieras hacerme disfrutar a mí solo –dijo
guiñando un ojo.
-Pues va a
ser que no. Me voy –dije lo más tranquilamente que pude. Me encaminé a la
salida de aquel extraño lugar lo más rápidamente que pude.
Apenas había
dado un par de pasos fuera de la cafetería cuando la voz de Isaac me paró en
seco.
-¿Adónde te
crees que vas? –me preguntó fieramente. Estaba a mi lado. Di un paso hacia
atrás instintivamente.
Estaba
aterrada, pero también furiosa. Adrián tenía razón.
-Nadie,
repito, NADIE me rechaza tres veces, preciosa. Recuérdalo.
Agarró mi
cara violentamente, clavándome los dedos en las mejillas.
-¡Y yo te he
dicho que me voy! –le dije gritando y empujándole con una fuerza que no creía
tener.
Sorprendentemente,
Isaac me soltó y retrocedió unos pasos. En su gesto divertido se distinguían
asombro y fascinación.
No sabía
describir cómo me sentía exactamente. Me sentía poderosa y fuete, pero también
había algo más. Algo que parecía gritar que atacara a Isaac.
Alargué una
mano, temblorosa, y de ella empezaron a salir chispas blancas con un tono
amarillento. Isaac adoptó una posición defensiva, pero apenas salieron unas
chispas más.
Tenían un
gran parecido con la luz que vi salir de las manos de Adrián, aunque la de él
era blanca completamente. Además de que lo que había salido de mis manos eran
simples chispas.
Todo el
poder que había sentido se desvaneció con la última chispa. La risa de Isaac se
oyó fuertemente.
-¿Eso es
todo, preciosa? Es una pena, creía que me iba a divertir un poco.
Se acercó
rápidamente hacia mí y me acarició suavemente la mejilla, justo donde antes
había apretado. Tenía la zona algo dolorida. Cerré los ojos cuando pasó uno de
sus dedos por mi mandíbula. Estaba aterrada.
-Déjame en
paz –susurré.
-¿Por qué no
aceptas? En el fondo no quiero hacerte daño, preciosa.
-No quiero
nada contigo. No me gustas.
-Sin
embargo, hace unos minutos parecías muy preocupada por la vida de tu ‘’amigo’’,
¿no es así?
-Sólo quería
respuestas –balbuceé.
-En el fondo
no somos tan distintos, preciosa. No tienes verdadero interés en mí. La
curiosidad te ha llevado hasta aquí, pero yo no soy la persona más indicada
para darte las respuestas que quieres. Pero te has dado cuenta demasiado tarde.
Posó sus
labios en mi cuello. La temperatura corporal de Isaac parecía ser altísima.
Noté cómo mis pensamientos perdían coherencia. Lo único que podía sentir era en
el calor de sus labios sobre mi cuello. Poco después, pensé que era una
sensación agradable.
Empecé a
desear que sus labios se unieran con los míos cuando una voz familiar se
interpuso en mis pensamientos.
-Te ha dicho
que la dejes en paz. ¿Tienes que llegar a sucios trucos para conseguir algo de
sexo? –preguntó Adrián, logrando el efecto deseado: Isaac me soltó
inmediatamente.
En cuanto lo
hizo, una tremenda repulsión hacia Isaac invadió todo mi cuerpo, pero la ignoré.
Adrián
estaba aquí, de nuevo salvándome de una de mis tonterías. Una sensación de
mareo se apoderó de mí y me apoyé en una pared para no caerme, aunque Adrián ya
estaba a mi lado, sujetándome. Sus ojos mostraban decepción y dolor. Supe que
no me perdonaría jamás. Me lo merecía.
-Vete a
casa, Sandra. Ya hablaremos –me dijo en un tono serio y sin emoción.
Quise
contestarle, pero un nudo en la garganta me lo impedía.
-Oh, yo creo
que no hablaréis –interrumpió Isaac-. Me has vencido demasiadas veces, Caído.
No creas que vas a salir vivo de esta.
Sentí que mi
corazón se paraba. Miré a Adrián con una expresión de terror.
-No le hagas
caso –me intentó tranquilizar, aunque no lo consiguió -. Vete a casa, Sandra.
Ya hablaremos.
Negué de
forma casi imperceptible con la cabeza.
-Hazme caso
por una vez en tu vida y vete –me dijo seriamente.
-Ten
cuidado, por favor –conseguí decir.
-Lo tendré
si te vas ahora mismo.
Asentí y me
fui de allí oyendo las constantes burlas de Isaac, que parecía decirle que por
mucho que viniera a salvarme seguía siendo despreciable. Me giré un segundo, y
pude ver cómo desaparecieron de la calle a la velocidad de la luz. Del lugar
donde antes había estado Adrián empezó a caer con lentitud una pluma blanca. Me
apresuré en cogerla y volví a casa entre sollozos.
Supe con
total certeza que la pluma pertenecía a Adrián.