domingo, 30 de diciembre de 2012

Capítulo 2.


Let's go*
Me levanté sobresaltada y caí al suelo mientras la música sonaba fuertemente. Estuve varios segundos intentando descubrir de donde venía el sonido, hasta que me di cuenta de que llevaba el móvil encima. Resoplé y apagué el despertador. Me pregunté por qué estaba puesta esa canción si la iba a usar como despertador. ¡Menuda manera de despertarse por las mañanas!
De repente me quedé en blanco. Yo no había puesto esta alarma. ¡Si tenía miles de canciones tranquilas para no asustarme! Me puse a pensar en lo que había hecho anoche para encontrar un motivo, pero mi mente no quería colaborar. Fruncí el ceño. Aunque intenté sacar todos los recuerdos posibles, éstos se paraban al poco de salir a la calle. Era demasiado extraño no recordar nada.
Me levanté, dolorida, y estuve a punto de caerme otra vez. Esa no era mi habitación. Me di una palmada en la frente y negué con la cabeza. Ayer me pasó lo mismo. Suspiré. ¿Por qué recordaba tan bien todo lo que había pasado estos meses y no recordaba lo que había pasado la tarde anterior? Miré la hora en el móvil. Si no me daba prisa, llegaría tarde al primer día de instituto. Y no tenía demasiadas ganas de empezar mal.

Saqué una falda de color azul marino, un polo blanco y unos horribles zapatos negros. Busqué también unos calcetines largos. Me vestí rápidamente y me dejé el pelo suelto, como solía llevarlo siempre. Por último, cogí mi mochila negra con pinchos y bajé a la cocina, donde me bebí un zumo. Cuando comprobé que lo llevaba todo, cogí las llaves y salí de casa. Iba justa de tiempo, pero mis pies parecían saber hacia dónde ir. Extrañada, seguí por el mismo camino hasta que vi un edificio de color blanco y múltiples ventanas. Un cartel dejaba claro que se trataba del instituto. Oculté lo sorprendida que estaba como pude y entré por la puerta principal. Algunos alumnos me señalaron de forma poco disimulada, pero preferí no hacerles caso. Entré al edificio y me dirigí rápidamente a un cubículo donde ponía ‘’Conserjería’’. Mientras esperaba mi turno miré atentamente el interior.
Un banco de madera, una planta algo mustia y varios cuadros eran el mobiliario principal. Las paredes eran de color amarillento y parecía haber pasado años desde que las pintaron por última vez.
-Disculpe, señorita. ¿Qué desea? – me dijo una voz.
Había llegado mi turno.
-Verá… - comencé, sin saber qué decir - soy Sandra de la Rosa y… hoy empiezo aquí.
-Ah, sí, la chica nueva. Toma, esto es para ti – dijo dándome algunos papeles -. ¿Vienes conmigo al despacho del director, por favor?
Asentí con la cabeza. La mujer salió de Conserjería y me hizo un gesto con la mano para que la siguiera. No era especialmente simpática, ni se esforzaba por ello. Pero al menos parecía hacer bien su trabajo.
Llamó a la puerta y entró sin esperar contestación alguna. Permanecí en la puerta, esperando a que me llamaran, o al menos a que saliera alguien. Esta zona tampoco parecía estar muy bien decorada, pero al menos entraba mucha luz. Cosa que, por otra parte, me dañaba un poco los ojos. Mientras esperaba sonó el timbre que anunciaba la primera hora de clases.
Por fin salieron. El director era un hombre de unos cincuenta años, con el pelo de color blanco y la piel morena.
-Hola, Sandra. Bienvenida al instituto. Ahora iremos a tu nueva clase. ¿Tienes… dieciséis años?
-Quince – le corregí yo -. Cumplo los dieciséis en mayo.
-Oh, tienes razón – dijo mientras entraba de nuevo en su despacho.
De él salió con una bolsa llena de libros y un papel que, según me dijo, tenían que ver todos los profesores. Me apresuré en meter todos los libros en la mochila.
Cuando  parecía haber pasado una eternidad, me llevó a una de las clases. El instituto no era muy grande, pero aun así temía perderme. Mi orientación era pésima. Por eso me había extrañado de saber el camino al instituto.
Volví a pensar que era muy raro, pero tuve que dejar de hacerlo cuando casi me comí al director. Se había parado en una clase cuyo letrero ponía 4º A. Entró en el aula (no sin antes llamar a la puerta) y yo permanecí fuera.
De repente me entraron ciertos nervios. No tendría que presentarme delante de la gente, ¿no? Las personas se me daban fatal, y era una de las cosas que menos me apetecía.
Rápidamente salió una mujer que aparentaba unos cuarenta años. Tenía el pelo castaño y unos grandes ojos marrones. También tenía una figura perfecta, sin un sólo gramo de grasa. Me sonrío y me esforcé en devolverle la sonrisa.
-¡Buenos días! Soy Inmaculada, y seré tu tutora en lo que queda de curso. También te daré la asignatura de Ciencias Sociales.
-Ho-hola – saludé como pude. Tanto entusiasmo me había resultado extraño. Pero no me desagradaba.
-Ven, entra para presentarte a todos – dijo mientras entraba en clase.
Genial, pensé. Lo que menos quería estaba pasando.
Entré con paso vacilante, con miedo a la reacción de los demás. Sabía que no me iban a hacer nada, pero en Barcelona todos decían cosas como ‘’ahí está el bicho raro’’ o se reían de algo relacionado con mi aspecto. Casi siempre solían ser chicas.
Me giré frente a la clase, con la pizarra a mis espaldas. Apenas llegarían a las quince personas, y la gran mayoría me miraba con entusiasmo. En realidad, sólo uno me miraba con algo de preocupación.
Y lo conocía. Claro que lo conocía.
¿Cómo podía olvidar sus ojos azules?
*El Let’s go viene de la canción Tears don’t fall, de Bullet for my valentine. Una canción de lo más tranquilita para despertarse (nótese la ironía).

sábado, 15 de diciembre de 2012

Capítulo 1.

Una molesta luz me impedía dormir. Intenté abrir los ojos, aunque tuve que cerrarlos de golpe. Los froté exageradamente y volví a abrirlos. Mucho mejor.
Me senté y miré a mi alrededor. Me gustaba esta habitación, pero todavía no me sentía cómoda en ella. Mi vista se clavó en el escritorio de madera. Allí se encontraban algunas de mis pertenencias y cosas que ya estaban cuando entré por primera vez aquí. A su lado se encontraba un gran armario aún vacío y varios muebles. Aunque la habitación estaba muy bien decorada, lo mejor de todo era la gran cama de matrimonio. Parecía la habitación de una princesa, cosa que no hacía más que recordarme lo absurdo de mi situación.
''Acabas de llegar, Sandra'', me dije, intentando tranquilizarme. Apenas había pasado la noche aquí y ya me sentía sola. Aunque no era una novedad, ya que la mayoría del tiempo solía estarlo. Negué con la cabeza. Aunque intenté no hacerlo, algunas lágrimas salieron de mis ojos mientras pensaba en lo ocurrido. Nunca mostraba debilidad en público, pero en privado había derramado suficientes lágrimas para un océano. Y no me gustaba nada haberlas derramado.
De un salto, salí de la cama y me fui al cuarto de baño. Me metí en la ducha y puse el agua ardiendo, a una temperatura poco adecuada. Adoraba el agua caliente. Cuando terminé, salí de la ducha y limpié el espejo empañado con una mano. Tenía unas ojeras enormes y el pelo muy, muy enmarañado. Suspiré y me obligué a sonreír. Después estuve un buen rato arreglándome aunque, como hacía normalmente, no me puse maquillaje.
Volví a la habitación que estaba preparada para mí (las demás estaban todas vacías) y abrí una de las maletas. De ella saqué unos pantalones negros y una camiseta con la cara de Wobbuffet*. De otra de las maletas saqué unas botas de estilo militar. Me vestí rápidamente. Hacía algo de frío, por lo que me puse una chaqueta y miré la hora, extrañada. No solía tener frío. Vi que todavía no eran las diez de la mañana. Puse los ojos en blanco. Levantarse un domingo a estas horas no era muy agradable, pero de todas maneras me iba a resultar imposible volver a dormir. Cogí mi iPod y me tumbé en la cama, dispuesta a relajarme un rato. Era increíblemente cómoda.
Pensé en lo que había pasado estos últimos días. ¿Por qué mis padres se empeñarían en dejarme vivir sola en un pueblo que estaba prácticamente perdido? ¡Si todavía no tenía dieciséis años! Resoplé. No tenían remedio.
Intenté olvidar mis pensamientos, pero sonaban más altos que la música. Al cabo de un rato me di por vencida y decidí salir a la calle.
Me encontraba en Baste, un pueblo costero del que nunca había oído hablar. Aunque llevaba unos días intentando hacerme a la idea, todavía me parecía muy raro vivir sola en un sitio como este.
Después de dar unas vueltas estaba aun más convencida. Era un pueblo precioso. La mayoría de las casas eran de piedra, y las calles anchas y largas. El olor del mar llegaba a la parte baja del pueblo y el aire estaba cargado de humedad. Al menos el clima me gustaba.
Por suerte, mis padres ya se habían ocupado de comprar todo lo necesario, así que paseé tranquilamente mientras buscaba el instituto y alguna librería. Esas eran las dos únicas cosas esenciales que necesitaba saber para vivir en el pueblo, aparte de la casa.
En un rato encontré ambas cosas, además de algunas tienda de ropa, un supermercado y varios restaurantes. En realidad, parecía un pueblo bastante normal y tranquilo.
Hasta que me encontré con él.
Estaba de camino a casa, absorta en mis pensamientos. Tenía la vista fija en el suelo, tratando de ocultar ligeramente mi emoción. Había empezado a alegrarme por estar aquí. ¡Por fin sola! ¡Sin padres que me dijeran lo que tenía que hacer! ¡Sin niños pijos a los que aguantar! La idea me maravillaba.
Me tomaría la llegada a Baste como una nueva vida. Estaba totalmente dispuesta a olvidar todo lo negativo de mi larga estancia en Barcelona. Mi familia no era, desafortunadamente, como ninguna familia normal. Tenía que soportar a un padre que siempre estaba ausente por viajes de negocios, a una madre histérica y una hermana mayor extremadamente pija. La única persona que verdaderamente aguantaba era mi hermana pequeña, pero estudiaba en un internado de Londres para ``mejorar su actitud´´. Por supuesto, exageraba. Mery (quería que la llamaran así) era la chica más adorable del mundo. Pero, al igual que yo, era demasiado rebelde. Por eso la mandaron allí en cuanto cumplió los doce años. Por eso, ahora, me habían mandado a mí aquí. Porque mi madre y mi hermana no me aguantaban. No sabía si mi padre tendría algo que ver, pero quería creer que él no me haría eso.
Estuve a punto de chocar con alguien. Di un paso atrás y pedí perdón. Al levantar la mirada, vi a un chico mirándome fijamente. Me puse seria al instante y me quedé paralizada. El chico era asombrosamente bello. Llevaba el pelo de color azabache a la altura de los hombros, casi fundiéndose con una chupa de cuero del mismo color. Tenía los ojos de color verde oscuro y la tez pálida. También tenía un aire de peligro que me aterraba y me asqueaba a la vez.
Al darse cuenta de que lo estaba mirando, el chico sonrió con malicia. Me puse como un tomate y bajé la vista, avergonzada.
-Hola, preciosa – saludó mientras me miraba-. Por fin nos conocemos.
Estuve a punto de vomitar. Normalmente solía pasar de este tipo de comentarios, pero este me parecía odioso. Lo fulminé con la mirada. Su risa ronca me pilló por sorpresa. En un segundo, lo tenía a un par de centímetros de mi cara. Di un par de pasos hacia atrás instintivamente, pero me cogió por los hombros y me obligó a mirarle directamente a los ojos.
Iba a decirle que me dejara en paz, que no quería que un imbécil me molestara el primer día. Pero, por algún motivo, no pude. Me quedé embobada mirando aquellos ojos verdes, que poco a poco empezaron a adquirir un tono rojizo.
Durante unos instantes olvidé quién era y qué hacía allí. Sólo existía aquel chico, por el que sentía una fuerte atracción. Una de sus manos me acarició el cuello lentamente, subiendo hasta la mejilla. También se fue acercando cada vez más hasta que me abrazó con el otro brazo. No tenía control sobre mí misma, era como si algo o alguien estuviera dándole órdenes a mi cuerpo. Pero tampoco intenté hacer nada por evitarlo. Él estaba demasiado cerca. Cuando nuestros labios casi se rozaban, me quedé vacía, como si todo lo que había sentido se hubiera esfumado.
Sentía algo parecido al cansancio. Mi cuerpo pesaba como si fuera plomo, y apenas podía moverme. Miré asustada al chico, pero se limitó a sonreír. Ya no sentía ninguna atracción, sólo odio.
Con todo el esfuerzo que me permitía mi cuerpo me deshice de su abrazo, rompiendo el contacto. Pero no tardó en agarrarme fuertemente de un brazo.
Entonces empezó el dolor. Se fue extendiendo rápidamente desde el brazo hasta todo el cuerpo, nublando aún más mis pensamientos. Empecé a ver borroso.
El chico dejó de tocarme y murmuró algo entre dientes. Sentí como las pocas fuerzas que me quedaban fallaban y caí lentamente al suelo, de rodillas. Vi una luz blanca, y me pregunté si moriría ahí mismo. Mejor morir que seguir así, me dije. ¿Por qué me tuve que encontrar con él? ¿Acaso mi final estaba aquí? Me negaba a creerlo. Tenía demasiadas cosas que encontrar, demasiadas cosas que vivir. Cerré los ojos, derrotada.
Escuché lo que parecían ser golpes, y los abrí de golpe. Podía distinguir a dos chicos que parecían de la misma edad. Aunque no podía distinguir mucho más, vi un gran parecido entre ellos. Me pregunté vagamente qué estaría pasando.
No sabía cuánto tiempo había pasado, pero me pareció una eternidad. Uno de los chicos desapareció y escuche unos pasos muy cerca. Me abracé a mí misma. Estaba aterrada. Los pasos terminaron delante mía. Escuché un gemido y me esforcé en ver algo.
Enfrente de mí se hallaban un par de ojos del color más azul que había visto nunca. En su mirada se distinguía algo de preocupación y cansancio. Eran los ojos de uno de los chicos, estaba segura. No sabía por qué, pero verlos hizo que me sintiera a salvo. Lo miré con agradecimiento. Vi algunas cosas más: tenía el pelo rubio ondulado, la tez también pálida y una sonrisa preciosa. Me quedé embobada mirando cómo sus labios se curvaban hacia arriba.
Nos quedamos así unos instantes que parecieron mágicos. Me olvidé completamente del dolor y de lo mal que me sentía. Mi corazón latía con fuerza. ¿Por qué me sentía así?
Estuve pensando hasta que una de sus manos tocó la mía y empezó un dolor parecido al de unas descargas eléctricas. 
*Wobbuffet es un pokémon. Si buscáis alguna imagen con ''wobbuffet t shirt'' os saldrá la camiseta :3 

domingo, 9 de diciembre de 2012

Adelanto del capítulo 1

Hola lectores ^^ Aquí os traigo el adelanto prometido del capítulo 1, espero que os guste :3
''Me senté y miré a mi alrededor. Me gustaba esta habitación, pero todavía no me sentía cómoda en ella. Mi vista se clavó en el escritorio de madera. Allí se encontraban algunas de mis pertenencias y cosas que ya estaban cuando entré por primera vez aquí. A su lado se encontraba un gran armario aún vacío y varios muebles. Aunque la habitación estaba muy bien decorada, lo mejor de todo era la gran cama de matrimonio. Parecía la habitación de una princesa, cosa que no hacía más que recordarme lo absurdo de mi situación.''
PD: el capítulo lo subiré tan pronto como lo tenga terminado. Gracias por esperar tanto tiempo.

viernes, 7 de diciembre de 2012

Noticias y disculpas.

¡Hola, lectores! ^^ Después de mucho tiempo (demasiado, lo sé) he decidido que ya iba siendo hora de dar señales de vida. Lo primero de todo, me gustaría pediros perdón. No tendría que haber estado tanto tiempo sin daros respuestas claras, pero tampoco quería dar falsas esperanzas.
Como he dicho varias veces, estoy volviendo a escribir Caído del cielo. Empecé a escribirla, pero volví a dejarlo por el tema del instituto y de no tener tiempo. Y ayer, después de mucho tiempo, se me ocurrieron bastantes ideas nuevas, para darle algún cambio a la historia empezando desde el principio. Y volví a escribir desde el principio.
Apenas llevo media página y una frase que pienso meter cuando se acerque el final, pero quería daros esta noticia. Espero tener terminado el capítulo lo antes posible :)
Besos,
Cristina Lawliet Burton.
PD: cuando tenga alguna parte buena, subiré un adelanto :3